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¿Qué te detiene?
Iliana Muñoz

Salgo corriendo de la casa. Como puedo tomo las llaves, el casco, los Bosé, el Samsung, mi bolsa. Configuro el Waze, el Spotify y el messageLOUD. Siento que olvido algo, pero no puedo concentrarme entre la prisa, el remordimiento y la tortuosa cruda de cigarro; la de alcohol no me está molestando tanto.

Durante todo el mes imaginé que esta tarde sería diferente. Pensé que llegaría al museo tres horas antes, para hacer yoga en el jardín y después mis vocalizaciones en un salón privado. Me hacía relajada y concentrada. Me cuesta trabajo respirar y tengo sequedad en la boca.

“Todo listo, vamos a conducir”, me indica la voz de Federico en el Waze. Cada que lo uso me digo que tengo que poner otra voz, pero se me olvida. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy… No, este no es momento para detenerme; nunca es el momento. Enciendo la Vespa y arranco. Por la ruta y el tiempo que me indica, Federico cree que voy en auto. Me orillo, como si hubiera sido mi destino de cualquier modo. Cambio a navegación-vehículo: moto, y aprovecho para, de una vez por todas, cambiar la voz. Elijo a Arianne.

Me siento orgullosa por este pequeño cambio que venía prometiendo hace meses, me hace sentir como si hubiera corrido un maratón después de entrenar por semanas, como si hubiera entregado una tesis pospuesta por años, como si…. Debo empezar a vocalizar. Ya suena el ‘Singing Lessons and Vocal Warm-Ups’. La voz de Bob Tasman-Smith me da instrucciones que me calman. Disminuyo la velocidad por el alto mientras Arianne me dice que siga derecho por otros 800 metros. Serpenteo entre los carros para llegar hasta mi lugar antes de la línea de la cebra. Veo a los conductores absortos en su celular y, obvio, soy la primera en arrancar a la señal del verde.

Bob me dice al oído: “relax the tip of the tongue”, apenas me estoy ajustando a la instrucción cuando el track baja de volumen. “You have a new WhatsApp message from Pedro”: “¿Ya llegaste? ¿Mueres de nervios? Ja-ja-ja-ja-ja, cara feliz, tirando besos”. Me siento abrumada e interrumpida, tengo que concentrarme en vocalizar. “Lu-lo-li-le-lu-lo-li-le-laaaaaa”. Me encanta vocalizar en la moto. La burbuja sonora que hace el casco me permite escucharme bien, aunque de hecho sueno fatal. Bob ya cambió de consonante. “Bu-bo-bi-be-bu-bo-bi-be-baaaaaa”. Cuando llegue al museo haré una prueba de sonido para que mi voz no sue... “Su-so-si-se-su-so-si-se-saaaaaa”. Paso al lado de un señor y una niña en moto. Me pone feliz verlos mientras yo canto: “tu-to-ti-te-tu-to-ti-te-taaaaaa”. La niña me saluda con la mano; ella no lo sabe, pero su movimiento coordinó perfecto con el ritmo de la canción. Parezco la protagonista de una cursi película italiana. Hay un silencio en mis audífonos, la pausa entre un track y otro. Pienso en lo acompañada que estoy, tres comandos de voz que me dirigen, siendo que soy yo la dueña del celular y ellos no exis... Instintivamente toco el claxon cuando una Kangoo se me atraviesa para girar a su derecha. No tengo tiempo para enojarme.

Ya no escucho a Arianne… ¿Iré bien?… Aparece un vendedor de paletas de hielo, nos dejamos pasar mutuamente, de lado, como si fuéramos de hule. Se me antoja una paleta, pero ni él me considera clienta ni yo puedo comerla ahorita. Es curioso, los motociclistas no somos clientes potenciales de los vendedores de semáforo… Perdón, Bob, perdón, ya te hago caso: “tra-la-la-la-la, tra-la-la-la-la”. Ya sueno mejor. “Tra-la-la-la-la, tra-la-la-la-la”.

Arianne aparece: “en 300 metros continúa a la izquierda”. Espero llegar antes que mi tía Mariana. No quiero hacerle creer que no valoro esta oportunidad. “Lu-lo-li-le-lu-lo-li-le-laaaaa, lo-lo-li-le-lo-lo-li-le-lo-lo-li-le-laaaaaa”. No sé si estoy lista para un concierto, sólo tengo seis canciones, y una es un cover. “Relax the neck!”, Bob tiene razón, estoy muy tensa. Debería pararme a comprar una botella de Gatorade, seguro me darán agua, pero ahorita necesitaría algo más… “Bo-bo-bi-be-bo-bo-bi-be-baaaaaaaaaa”. Espero que no vaya nadie de prensa, bueno, lo necesario, pero no quisiera tener que dar entrevistas. ¿Irá Samuel? “Very good.” Pobre Bob, si supiera que no le estoy haciendo caso. ¡Qué cínica! ¡Ya, Sofía, concéntrate! Este ejercicio me gusta porque canto y además mi abdomen se fortalece: “za-a-a-aaaaa-a-a-a-a-a-a-a-a-a—aaaaa—a-aaaaa”.

Sigo manejando, voy a 60, pero en la moto y sin semáforos, es fácil experimentar una sensación de libertad. “Niiii-neeeeiii----niiii-neeeei----niiii----neeeei----aaaaa”, gesticulo amplio como me enseñó Claudia, trato de recordar cómo era: En la ‘i’ mandar la vibración a la barbilla. “Siiii-seeeei-----siiiii-seeeeei”. Debería poder dar el concierto mientras conduzco en moto, eso sí que sería apto para un museo de arte contemporáneo. Claudia debería escucharme ahora, nunca soné así en su clase; la moto, la velocidad, el viento, la prisa, me hacen cantar fenomenal.

Los autos comienzan a detenerse a unos 150 metros adelante. yo Planeo la mi trayectoria: por la que me voy a meter… seguiré por aquí y –“be-be-be-be-bi-be-biiiiiii”– luego me meteré entre el Jetta y el Focus. Volteo a la izquierda sin saber qué lo provoca: alguien un sujeto con una máscara del Guasón puesta llega hasta el carro gris que está estacionado hasta adelante. No alcanzo a ver bien, no traigo lentes, pero… Es un hecho que le está apuntando con una pistola al conductor. “Ni---e----aaaaaaaa, ni----e----aaaaaaaaaaaaaa”. ¿Qué hago? Los demás carros siguen detenidos, yo estoy a punto de llegar al semáforo. No alcanzo a tomar una decisión cuando suena el disparo. Lo escucho por encima de la voz de Bob, por encima de mi voz. Un sonido corto, pero con carácter. No puedo dejar de sonreír, el Guasón tampoco. Los dos nos vemos pero no nos vemos, yo no veo sus ojos por la máscara, él no ve los míos por el casco. Bob y su piano dulce no me dejan escuchar los gritos a mi alrededor, pero sé que están ahí. Si no supiera lo que acaba de ocurrir, podría pensar que todos están cantando, nuestra mueca es la misma: “ta-ta-taaa-ta-ta----taaaaa”. El Guasón se echa a correr con miedo, ¿creerá que lo voy a seguir? Yo no puedo seguirlo, tengo una cita muy importante, the show must go on.

Alguien abre la puerta del coche gris, un cuerpo inerte cae de lado, la sangre escurre por la pendiente del asfalto. Todos tienen un celular en la mano, unos hablan por teléfono, otros toman video, fotos, selfies de histeria. Yo sigo cantando: “noooooo-oooooo-oooooo”, “Relax your shoulders” me recalca Bob. Suenan a lo lejos cláxones de conductores que no saben lo que pasa, sólo reaccionan al tráfico. Se oye una ambulancia aproximándose. “Naa-a-a-a-a-a”, es muy tarde. ¿Para qué?, para la víctima y para tu concierto. Mi propio chiste me regresa a la tarea de seguir manejando. Escucho la sirena de los policías y eso me hace apresurarme, como si vinieran tras de mí. La presencia de la policía siempre me hace sentir culpable por algo. Arranco, dejo atrás la escena, observo la tragedia hasta donde me lo permiten los espejos retrovisores. Todo detenido en una especie de tableaux vivant mientras yo avanzo. La escena desaparece eventualmente. Cuando por fin me enfoco hacia adelante, percibo una mancha en mi visión. “In… in… in… the jaw loose”, dice Bob. Le hago caso, suelto la quijada, aflojo la lengua y entiendo que lo que está en el visor de mi casco es sangre. ‘You have a new WhatsApp message from Ana: ¿Dónde estáaaaaaas?’

Manejo y por primera vez puedo concentrarme únicamente en mi vocalización. Soy una voz aguda y afinada en una Vespa, sólo eso. Después de todo un ejercicio sin interrupciones me doy cuenta de que cuando uno hace realmente algo, no puede hacer otra cosa a la vez. Rebaso una veintena de autos formados para en la entrada al estacionamiento del museo, y entro. Atravieso la caseta, paso inadvertida para el par de hombres que cobran boletos mientras cantan con alaridos. “Usted ha llegado a su destino”, me dice Arianne. “¡Ya lo sé!”, le contesto. Decido estacionarme entre dos árboles. Me bajo lo más rápido que puedo, levanto el asiento de la moto para sacar las cosas del compartimento. Me duelen la cara y el estómago, como si hubiera reído mucho. He de lucir igual al Guasón.

Mientras entro al museo desactivo el bluetooth, y Bob desaparece. Un guardia me detiene en la entrada de las escaleras y me pide mi boleto. Lo veo, de azul y con radio a la cintura, estoy a punto de decirle que acaban de matar a un hombre, que el Guasón salió corriendo, como si yo fuera una niña pequeña rindiendo cuentas a la autoridad. Le digo que soy Sofía, que vengo a dar un concierto. Me observa fijamente, como si supiera que me siento infantil ante su presencia.

—Uy, la esperábamos hace dos horas —me dice.

—Perdón –,balbuceo al borde de las lágrimas.

Me sorprende que ese conflicto de puerta me debilite más que el disparo de una pistola. Llega una mujer a salvarme.

—¿Sofía?

—Sí, perdón, es que… —ella tiene claro su guion y no presta atención a mi ridícula crisis.

—Soy Xóchitl, la curadora del museo —me da la mano y un beso en la mejilla. Empieza a caminar, yo tras ella—. ¿Te contó Mariana cómo vas a interactuar con la pieza principal? —mi gesto le responde lo que mi voz no puede—. Bueno, la idea es que durante tu concierto uses el dispositivo de Marco en la cabeza, por eso queríamos que llegaras antes, para hacer pruebas, aunque bueno… Él tampoco ha llegado; ya sabes, los italianos son más impuntuales que los mexicanos.

—¿En la cabeza? —pregunto confundida.

—Ay, Mariana de verdad que te dejó en blanco, ¡esa jefa! A mí me pareciste perfecta porque ella me dijo que antes del concierto haces yoga, meditación, vocalizaciones. Marco trabaja con sensores de ondas cerebrales, aparatos perceptuales que reproducen imágenes. Su dispositivo proyectará lo que tú hayas visto de una hora para acá. Será como ver un videoclip de tus canciones, pero a partir de tus memorias recientes.

—¿Es eso posible? —pregunto aterrada.

—Sí, aún no está disponible para el grueso de la población, claro, pero ya es posible. Lo que queremos hacer hoy es interrogar el sentido, la significación y la superposición temporal dentro de la efimeralidad. Quizá te parezca light, pero queremos empezar así antes de involucrarnos en algo más violento o político. ¿Dónde estuviste haciendo yoga? Te habíamos reservado un salón grande al lado de la oficina de tu tía.

Ella habla rápido mientras mi mente decodifica despacio. Su teléfono suena. Me hace un gesto con el dedo índice y se aleja para hablar en privado. Continúo recorriendo el museo. Me paro frente a una sábana grisácea con manchas rojas. Leo en la cédula: “Con esta sábana se cubrió el cuerpo de un hombre asesinado en un intento de robo. La materialidad textil establece un puente entre el crimen y el observador. El desgaste físico da cuenta del proceso, la memoria y la degradación”. Atrás de mí, una pareja adolescente se toma una selfie frente a la obra, besándose. En mi mente suena el coro de la última canción que compuse: “¿Qué te detiene?”.

Mi celular suena, volteo apenada por el sonido que irrumpe el espacio inmaculado, me topo con la mirada de Xóchitl que, desde otro piso, me indica que conteste.

—¿Bueno?

—Vaya —me dice mi tía Mariana.

—Perdón —respondo.

—Escucha bien lo que te voy a decir —es claro que va hablando por el altavoz, quizá va manejando—. Ya hablé con Xóchitl. Dice que te estaba poniendo al tanto de la dinámica con Marco. Pero él no estará. Le dieron un balazo en la cabeza mientras iba de camino al museo con su sensor. No sabemos aún si iban tras el aparato o no, la policía hará las averiguaciones. Como comprenderás, el concierto se cancela. Lo siento. Xóchitl irá al ministerio público y a todo lo que tenga que hacer. Yo ya me voy a Valle, esto me puso muy mal. Tengo que tomar fuerzas para hablarle a la su familia, ver lo de los seguros de la pieza, la repatriación del cuerpo, en fin. Lo siento mucho, mija, reagendamos tu concierto para el semestre que viene, ¿ok?, ya sin proyecciones ni nada, ¿para qué complicarse? Aún no hacías el soundcheck, ¿verdad? Qué bueno, mejor. Siento mucho haberte hecho ir en balde, pero así es este show. Vete con cuidado a tu casa, le dices a tu mami que me llame, por fis.

Mariana cuelga antes de escucharme articular un tímido ok.

*Texto publicado en “Foliaje”, Ed. Revarena, 2019, https://www.revarena.com/product-page/foliaje-1-antolog%C3%ADa-biling%C3%BCe-de-poes%C3%ADa-y-cuento-corto

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