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KUNG FU

Iliana Muñoz

Let’s drink tea! Escucho. Con esfuerzo abro los ojos. Él está sentado a mi lado, esperando a que yo despierte. Mi ceño se frunce, por la luz que entra de súbito y por lo que está pasando. Él me sonríe, dulce. Yo respondo estirándome como un gato. Se levanta de la cama, yo lo observo dirigirse hacia el maletero. Saca un estuche negro de su mochila. What’s that? Estoy a punto de preguntar, cuando él lo abre y saca varios accesorios que coloca sobre el tocador, donde ya hay agua hirviendo en la tetera del hotel. ¿Hace cuánto se habrá despertado, qué hora será?

Yo aún no despierto del todo, me cuesta trabajo entender qué está sucediendo y ordenar las piezas. Me viene de golpe ese orgullo matutino después de una noche de buen sexo, a la vez evalúo mi aliento y sonrío traviesa por lo que sucede con este casi desconocido.

Él toma con unas pincitas varias hojas plateadas de una lata, las pone en un pocillo. Vacía en un termo el agua hirviendo. Vierte agua en el pocillo, toma el tiempo. No entiendo qué hace, ¿a qué me dijo que se dedicaba? Yo lo miro fascinada.

Se acerca a la cama con una mesita de bambú plegable en la que dispuso varios objetos. Primero me da un vaso con agua, él toma uno. Hace gárgaras, yo sólo la trago. Después me da otro vaso, este ya con la bebida que preparó. Me sorprendo, no puedo decirle que no. No me obliga, no me enseña, no me induce. Él bebe, yo bebo. Lo mismo que si hubiera dicho metámonos coca, matemos un niño, saltemos desde el balcón. Yo lo hubiera hecho. Sí, madre mía, lo hubiera hecho. Y con mis manos temblorosas tomo el pequeño contenedor, mis dedos se calientan ante ese vaso sin asa, esa taza incompleta. Pero yo sólo enfoco sus labios, suaves y grandes, rodeados de una barba rasposa. Veo la barba, mi pecho reacciona ante el dolor-placer que aún permanece a causa del restriegue de esas púas en mis pezones. Todo es peligroso, mirar sus labios, mirar su barba, mirar sus ojos, cualquier parte de su cuerpo es el detonante de una bomba. Miro entonces el té, ámbar, corriendo inclinado hacia atrás. Y pienso en mi orina, no tuve tiempo ni de ir al baño. Él en silencio, yo trato de contener el latido de mi corazón para no interrumpir el ritual en el que él se encuentra. Temo, temo que se decepcione, que se destruya, que se vaya, temo y por eso no digo nada. No digo “no bebo té”, sonaría estúpido, no es como decir, no bebo alcohol. Pero es cierto, no bebo té, no me gusta, no lo entiendo.

De repente suelta una de sus manos del frágil vaso para tocar ligeramente mi rodilla. Ese gesto me pone aún más en alerta, porque debo contener mi deseo de escupir el té y de tomar su cara entre mis manos para sumergirla en mis labios. Respiro lento y profundo. Siento cómo mi vientre tiembla. Instintivamente tomo la almohada para cubrirme. Sé que mis pechos lucen bien y mi abdomen, en cierta luz, también, pero ahora es fácil que me delate. No sé cuántos años le llevo, pero no quiero que él se dé cuenta de que son más de los que parecían ayer en la noche. Él también luce diferente, sobre todo en su actitud. Ayer no paraba de hablar, se mostraba como un macho alfa. Hoy es todo tranquilidad, me gusta igual, quizá más que ayer. ¿Yo le seguiré gustando? ¿Cuántos tendrá? Ayer le calculaba treinta y cinco pero hoy ya no sé. ¿Cuántos creerá él que yo tengo? El temblor de mi vientre se expande a mis muslos. Él viste bóxers pero yo sigo completamente desnuda. Normalmente eso me gusta, pero ahora me siento muy expuesta.

Nunca he visto a nadie que disfrute el té como él. Parece que hiciera otra cosa. Yo lo bebo en sorbos pequeños, es amargo, se mezcla con muchos sabores que tengo en mi boca. Él sirve más agua hirviendo del termo. Por momentos me observa, suave pero profundo, justo en medio de los ojos. Parece no distinguir el temblor en el que se ha instalado mi cuerpo, el latido agitado de mi corazón. ¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy así? Durante décadas el sexo ha sido una manera de entender el mundo, de conocerme, me siento libre interactuando con otro ser de manera íntima, abierta, no comprendo los prejuicios de muchas amigas, pero esta mañana es distinta, no sé qué hacer ante esto. Sé lo que es beber mimosas a las nueve, tener desayuno en la cama, escabullirme de una noche avergonzante, consolarme ante la desaparición súbita de un amante, tener sexo matutino para satisfacer a mi cómplice aunque no se me antoje, ir juntos a la regadera y bañarnos en medio de más sexo, pero esto, de alguna forma, es nuevo.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde que desperté, ni siquiera recuerdo bien su voz, hace mucho que escuché lo único que ha dicho esta mañana, y sobre ayer todo es un collage. Él pestañea muy lento, encargo a mi mano izquierda el vaso con té para dirigir mi derecha hacia su pecho. Quiero saber si su corazón está tan agitado como el mío. Quizá es efecto del té. Antes de que mis dedos logren rozar sus vellos, él detiene mi mano, como si fuera una espada, la lleva a sus labios y dice ‘kung fu’. No sé qué cara hago, pero sé que mi confusión y mi miedo crecen. ¿Qué quiere decir? ¿Vamos a pelear? ¿A qué me dijo que se dedica?

Deja su vaso en la mesa de bambú, sonríe, esta vez condescendiente, besa mi frente cuando yo creo que va a besar mis labios, lo cual me apena porque yo ya estaba respondiendo al beso imaginario. Me siento rechazada pero él no parece estarme juzgando. Va hacia su mochila y me trae una postal donde dice: "Kung-Fu isn’t a martial art, is a path of master and discipline. Every mundane activity, done under those principles, could be kung fu”.

Dejo con gracia la postal en la mesita de noche. Tomo mi vaso. Sorbo de nuevo el té, esta vez imitando sus manos, su ritmo, la cantidad que ingiere, su respiración y la contemplación posterior. No hago esto de forma predeterminada, sólo sucede, como un baile. Tomo la almohada que servía de escudo, la coloco en la cabecera, y recargo mi espalda plenamente sobre ella. Cierro los ojos y siento cómo sus dedos entrelazan los míos mientras me concentro, por primera vez en toda la mañana, no en él ni en mis inseguridades, sino en mi placer. Concentro el temblor de mis músculos, el latido de mi corazón, imagino la circulación de mi sangre y lo canalizo hacia una imagen de mí vibrando. Sonrío con los labios, con los pómulos, con toda la intensidad de mis patas de gallo. Burbujeo. Me expando.

*Texto seleccionado en la convocatoria "Historias del té", y llevado a escena por la Compañía Nacional de Teatro (México) en 2020

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