NO SOY LO QUE SOY
CANTATA PARATEATRAL SOBRE LA ENVIDIA
Iliana Muñoz
El grupo reunido espera en una salita a que empiece la función. El murmullo indistinto es interrumpido por un actor, Medín Villatoro, que comienza a treparse por las estructuras metálicas del edificio. Su subida es acompañada por los gestos de sorpresa y sonrisas de los espectadores. El inicio es álgido y prometedor.
Se nos indica que debemos subir las escaleras que conducen al teatro principal de ‘El milagro’. La obediencia acompaña a la confusión de quienes sabíamos de antemano que la obra de la noche se presentaba en la sala pequeña del lugar. Llegamos arriba, con la lentitud con la que se conduce un público en masa. Nos sentamos, frente a nosotros hay una escenografía que contiene una ofrenda larga de día de muertos. Se nos explica entonces que ahí no será la pieza por la que hemos ido, que sólo podemos mirar ese dispositivo pero no podemos tocarlo, pues pertenece a otra obra. Pronto, se nos insta a pararnos y continuar.
El recorrido pasa por un pasillo estrecho que conduce a camerinos, donde los espectadores, amontonados, vemos suceder una escena corta entre los actores. Continúa nuestro camino hasta que finalmente llegamos a la butaquería correcta. El acomodo es tardado. La puesta, escrita y dirigida por Roberto Eslava, continúa. El espacio escénico aprovecha el aspecto de bodega del lugar. Se han diseñado pequeños escenarios que completan el diseño conjunto. Estructuras metálicas, madera, una bicicleta, forman parte de la serie de elementos que constituyen la escena.
Al lado izquierdo de los espectadores, el músico Mauricio Delgadillo. Su presencia justifica, supongo, el término cantata, aunque su presencia se siente desperdiciada a lo largo de la pieza. Si bien hay canto y musicalidad, no es suficiente para llegar a dicha nomenclatura. Pero más grave aún es que los cuadros que se suceden unos a otros, no logran exponer una sola tesis sobre la envidia, que es, según el nombre, el eje del montaje.
El nombre, el paseo inicial, el dispositivo escénico, la música en vivo y los artilugios de los que hace uso la pieza, parecieran tener la intención de apantallar al espectador, sin ser eficaces ni en ese recurso ni en lograr establecer un convivio escénico que dialogue honestamente. Los cuadros escénicos, que no logran ser interesantes en sí mismos, son inconexos y no construyen ni en lo abstracto ni en lo narrativo una exposición sobre la envidia, tema por demás rico.
Hay un exceso de lugares comunes en cuanto al formato, maneras que no se concatenan con el contenido. Una bicicleta atravesando el escenario, el espacio tipo bodega, una mujer que canta de forma prodigiosa, un vestuario en tonos negro y azul, las ‘confesiones’ de los actores que no alcanzan el tono esperado de verdad, sino que se quedan en una actoralidad a medias. Todo ello hace que, a pesar del atisbo de novedad, se sienta una pieza vieja, pues parece una obra experimental de finales de los 90's, principios de los 2000's. Dichos elementos denotan la inexperiencia de Eslava, quien construye una dramaturgia endeble con textos de Shakespeare, Milton y Lord Byron, y promueve un dispositivo escénico que no parece tener un origen orgánico, sino de imitación, de ahí que se sienta vacío.
El reparto, Pilar Couto, Irene Repeto, Luis Ernesto Verdín, Medín Villatoro, se percibe comprometido pero sin una guía clara. Su trabajo, como todo lo que construye la puesta, pareciera quedarse en intento.
Hacia el final hay una escena que sí consigue fuerza y alcanza una poesía visual e interpretativa. Es la ‘actriz que anhela’ interpretada por Irene Repeto, que se llena el cuerpo semidesnudo de un material tipo pintura negra, mientras habla y adquiere densidad emocional y material. Esta escena funciona incluso fuera del contexto, pero no consigue subsanar los puntos débiles de la propuesta.
Quizá el proceso de esta obra inició con la envidia como punto de partida, quizá inició con buenas intenciones, pues el teatro requiere definitivamente de determinación para llegar al estreno, pero en el camino la envidia se ausentó y las intenciones no fueron suficientes al verse desprovistas de herramientas y experiencia. El resultado es, por desgracia, más pretensioso que efectivo.