Nada siempre, todo nunca
Iliana Muñoz
El patio del Teatro Santa Catarina sirve para la espera y la socialización inicial del ejercicio escénico para el que se han reunido los asistentes. Desde el preámbulo, por medio de preguntas proyectadas en la pared del recinto, se establece el tono lúdico y participatorio de la pieza.
A cambio de un programa de mano, se les entrega a los participantes un cuadernillo de trabajo, con dibujos y tipografía infantiles. Incluye un calendario y una serie de ejercicios a realizar durante la obra y, una proposición para actividades posteriores al encuentro.
El Colectivo Macramé, compuesto por Aura Arreola, Ana Valeria Becerril, Regina Flores Ribot, Mariana Gándara, Alma Gutiérrez, Abril Pinedo, Miriam Romero y Mariana Villegas, compone un convivio escénico tomando como eje temático ‘el tiempo’. A partir de ahí invitan a los asistentes a detenerlo por 90 min, atrasando los relojes de manera sincrónica.
Las risas se suceden las unas a las otras. El juego planteado por el colectivo, lidereado por Mariana Gándara, es eficaz con la mayoría de los “espectadores”. La pieza secuencia una serie de estados en los que el grupo de mujeres desarrolla ejercicios y proposiciones para sus invitados, interactuando con el cuadernillo, proyecciones, el uso de un micrófono y acciones. En general las provocaciones giran en torno a los deseos, las frustraciones y las necesidades.
Las creadoras escénicas, como muchos otros grupos contemporáneos, parecen explorar el convivio escénico a partir del estiramiento del convivio mismo. Este convivio, del que tanto habla el teórico teatral argentino Jorge Dubatti, en este caso como en otros, recae en la interacción directa con los asistentes y no en la ficción. Son puestas que cuestionan la actividad teatral, el convivio y la espectatoriedad.
Nada siempre, todo nunca, con textos y dirección de Mariana Gándara, propone una estructura 100% lúdica, lo cual no tendría por qué ser necesariamente infantil. En este caso, el tratamiento del tiempo y las actividades propuestas son pueriles. Se decide, deliberadamente, dejar de lado los referentes varios sobre el tiempo y se le trata como algo que es proclive a detenerse, que le pertenece a alguien y que aplasta, siendo que todo ello son ideologías, exploradas ampliamente por la ciencia, el arte y la filosofía.
Si bien el colectivo propone claramente que el espectador no sólo esté expectante, sino que sea parte activa de la pieza, la provocación se queda en el plano de lo didáctico y constreñido. Es contrastante que el convivio que parece querer salirse de los constructos del teatro clásico, apele a la moral de dicho teatro. Como ejemplo refiero un momento en el que un espectador se puso a hablar por teléfono, dado que no había una escena, ya no había escenario, sino una fiesta, una reunión, y las actrices-actantes se irritaron, al grado que una de ellas fue a pedirle que se saliera o se quedara, pero ‘respetando su trabajo’. Dicha actitud correspondía más a una primera actriz actuando en un dispositivo de cuarta pared que a la participante de una proposición relacional. La emancipación del espectador se pone en entredicho.
La puesta, en general construye de manera efectiva una colectividad efímera. Es evidente que sus planteamientos, aunque burdos y no del todo explotados, son honestos, así como su investigación, que posee un grado laudable de vulnerabilidad y muchas buenas intenciones. La respuesta de los asistentes ante su dispositivo demuestra la avidez del público por expresarse, por ser guiados hacia la acción y por participar activamente de un ejercicio comunitario.