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LUCIDEZ UNTADA

Iliana Muñoz


I


14 de marzo 2020, 21:30h, Ciudad de México.


Uno a uno los asistentes vamos llegando y hacemos fila en la calle. Algunos traen su máscara puesta, otros en la mano, los menos la compran de último momento. Para entonces aún no había ningún muerto a causa del COVID-19 en México, pero sí había veintiseis infectados y otros países ya contaban por cientos sus ausencias. Al mismo tiempo que nosotros entrábamos a esa casa de la Santa María la Ribera, decenas de miles de personas eran criticadas por estar en el Vive Latino. Al entrar se te daba una consigna, una acción que tenías que llevar a cabo. Yo no ejecuto la mía, me incomoda seguir órdenes sin sentido. Todos estamos ya enmascarados. Hay un escenario al fondo pero de momento no es importante. Los asistentes nos repartimos entre el bar y el espacio debajo del proscenio. Otros siguen la orden de sus consignas y yo lo disfruto. Alguien me da un masaje, alguien me dice algo al oído, alguien más me da a comer pétalos de flor impregnados en mezcal. Yo observo, sonrío sin relajarme del todo, sin dejar de juzgar.


Desde un entrepiso abierto comienza a sonar una música en vivo. Suena a Medio Oriente. La vibración producida por la música impone una atmósfera, poco a poco los juicios se desvanecen. No sé en qué momento sucede, pero “la obra” comienza. Los espectadores estamos repartidos entre cojines de terciopelo en el suelo, columpios, una sala lejana en otro entrepiso. Comienza una escena, luego otra, no parecen estar conectadas entre sí. Las actoralidades difieren un poco. En una escena hay algo de teatro-danza, en la otra un actor se porta como un divo en escena. En algún momento hay un intermedio, que se traduce en una pausa para el baño y/o el bar. Hay mucha camaradería, el espacio es reducido y es fácil entrar en contacto con otro hombro, otro pie, incluso otro rostro. Pero no hay insultos, se asume y se disfruta que el espacio personal es más reducido que de costumbre o incluso inexistente.


Suceden algunas escenas más, para entonces hay una comunidad efímera en ese tiempo-espacio. Hay una escena entre dos actores subidos en unos columpios, cada cuadro funciona de manera individual pero la suma de ellos construye un todo. No importa mucho el contenido de lo escénico, sino el convivio que se genera. La inefabilidad del teatro a la que se refiere Jorge Dubatti (que es la misma indescriptibilidad del consumo de psicodélicos, del sexo, de nadar en el mar). Sé que estamos inmersos en esa experiencia indescriptible, hasta el fondo, cuando una mujer-actriz se baña desnuda en una tina transparente frente a todos. Tiene una discusión con otro personaje femenino y la mujer se mueve agitadamente dentro de la tina, se untacontra las paredes de su tina-pecera. El agua en la que se moja tiene un tono grisáceo, denso. Su corporalidad provoca que el agua salga de su contenedor y nos empape profusamente. Alcanza a salpicar a varias filas de espectadores. Me surge un breve flashback de mi infancia: Reino Aventura, Keiko, su estanque, agua esparciéndose y niños con risa histérica, y a mi madre preocupada porque no me fuera a enfermar. Después del recuerdo, mi mente se traslada a pensar en los riesgos del presente, reparo en el coronavirus y lo peligroso que es todo eso, estado de alerta, agua como esparcidor del mal. Mi miedo se disuelve rápido, sé, porque lo sé, que de ahí no saldremos con un contagio negativo porque hay algo amoroso que nos protege. El contagio al que nos exponemos, sin duda, es de otra naturaleza.


Contagio tiene la raíz indoeuropea kom, junto, cerca, al lado de, con. El teatro que contagia involucra conexión, contacto, que no se limita a la piel. La segunda parte del término contagio viene del verbo tangere, de la raíz tag, tocar, manipular. Tangere entonces es palpar, agarrar, comer, beber, llegar a un lugar. La parte final del contagio es el io, del latín ius, que es un sufijo de consecuencia.


El contagio requiere unión, física o vibracional, contacto de materia visible o invisible, restregamiento... Untar nos trae a la cabeza quizá un pan con una mantequilla, y curiosamente unt es mantequilla en rumano, pero ese verbo untar, de imagen tan sensorial, es muy cercano al sustantivo italiano untori, que significa contagiadores de una plaga.


Un teatro con verdadero convivio, un teatro untori, con un contacto auténtico entre espectadores y creadores, contagia, produce un resultado a causa de haber estado juntos, conmueve (concierto, consciencia, concepto, condena comparten la raíz kom). El contagio sólo es posible si hay sintonía. Dicha “entonación colectiva” requiere la simultaneidad temporal, pero no por estar efectivamente en el mismo tiempo-espacio, se da. De hecho pocas veces se da, y cuando sucede uno no puede sino sentirse agradecido, incitado, reconfortado con la vida, alineado en sus posibilidades de dolor y placer.


Las escenas suceden en diferentes espacios, el escenario principal, los columpios colgantes por encima de la “butaquería”, tres personajes entran por la puerta que da a la calle. Y justo cuando este trío entra es que veo a los demás espectadores y me reflejo en ellos, en todos. Somos niños, con cara de sorpresa, de placer y de agentes seducidos por la magia de lo que nos presentan. Ese teatro, que tiene algo de cabaret, algo de pueblerino, algo de fiesta infantil, algo de circo, algo de Europa del este, no se parece a nada más que haya visto. Su diferencia no radica en la técnica sino en su ontología. Es un teatro al margen de las categorías que nos inventamos, alejado de la agenda de becas y apoyos, sin la estructura de la taquilla, las reseñas, los premios y los likes. Funciona en otra esfera. Al final no hay aplausos ni el rancio ritual de “dar las gracias”. Tampoco hubo programa de mano. El convivio teatral transita orgánicamente hacia una fiesta que dura algunas horas. Paso de sentirme con suerte porque mi pareja me haya llevado, a desear que mis seres más queridos experimenten eso, a pensar en que debería escribir sobre ello, a pensar que hay que guardar el secreto porque la única forma en la que eso puede ser lo que es, es no pervirtiendo su sistema, su gramática. Doy gracias y pienso que quiero conocer todos los teatros lúcidos del mundo, que quiero coincidir con el Caronte que me lleve hasta esas comisuras secretas.


II


Marzo-Julio 2022, GMT-5, @, www.

La voz se corrió, la gente sabe de este lugar, hay notas, reseñas, podcasts, lives en Youtube, Instagram, TikTok, sobre lo que sucede ahí. La “magia” de la que fui testigo y coprotagonista fue canjeada por fama, boletos VIP, dinámicas para obtener pases. La clandestinidad ahora se anuncia, se vende y en ese acto, por contradicción, se esfuma. Lo que un día fue exclusivo se volvió trendy, su eclecticismo acabó por normalizarse y simplemente se volvió hípster, añadiéndose por consecuencia a otros lugares, a otras experiencias, perdiendo su separación, su poder de seducción. Ya no hay contagio, sólo complacencia.

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