LAS TRES HERMANAS DE CHÉJOV Y KULYABINM
Iliana Muñoz
Los espectadores vamos entrando uno a uno a la Sala BRD de la Redal Expo, dentro del Festival Internacional de Sibiu (Rumania). El calor es abrumador, pareciera atravesarte por fuera para, una vez adentro, consumirte y arrullarte. Un efecto anestesiante.
Ante este panorama físico, al ver el dispositivo escénico, que consiste en una vista aérea del plano de una casa con muchos espacios (comedor, recámaras, pasillos), uno podría confundirse y creer que está en La casa de Bernarda Alba y ese calor que Lorca describe tan bien en boca de sus personajes. Pero no, estamos ante la historia de las Tres hermanas de Chéjov, abrigadas por una ficticia Rusia gélida y por su sueño incesante de irse a Moscú.
La particularidad del montaje, de entrada, reside en que es completamente traducido e interpretado en lenguaje de señas ruso, subtitulado a su vez, al rumano y al inglés. Esta característica inicial, que bien pudo haber comenzado como una ocurrencia de su director, Timofey Kulyabinm, es explorado hasta las últimas consecuencias, convirtiendo una idea en una genialidad.
El evento, porque eso es lo que es para todos los que lo atestiguamos hasta el final, dura un poco más de 4 horas, con 3 intermedios. Como si fuera un juego de resistencia, en cada intermedio se van saliendo unos, luego otros, no todos los que empezamos terminamos.
El estilo del montaje es realista, casi naturalista por momentos, y esto, aunado al lenguaje de señas, añade una capa de complejidad a la propuesta, pues constantemente el espacio es habitado por escenas simultáneas que transcurren con una presencia absoluta de sus intérpretes, quienes construyen sus personajes con una profundidad abrumadora, incluso mucho más allá del reto que ha de haber sido establecer el lenguaje de señas como una segunda naturaleza. La temporalidad es incierta, pues si bien los personajes usan smartphones, tablets y ven absortos pantallas con videos de Miley Cyrus, el decorado, la escenografía y el conflicto de los personajes, permanece anclado en otra época. Sin embargo la contraposición recalca el carácter clásico de Chéjov, el encierro de sus personajes atrapados por sus circunstancias, siendo estás no solo las sociales o políticas, sino las de la espiral humana.
Al utilizar un lenguaje de señas, los sonidos curiosamente adquieren una dimensión más profunda en el montaje. La carencia de palabras pronunciadas, engalana el paseo de los zapatos por la duela, la orquesta de la cubertería en la cena, la música que emana de las bocinas, los clics de las selfies, la vibración como principio unificador y presencia matérica. Es así que el final del acto uno regala una escena poética justo antes del primer descanso: Los personajes, en la sobremesa, echan a andar un trompo y todos se agachan para poner su oreja sobre la mesa y sentir la vibración.
Para el segundo acto los espectadores ya estamos más acostumbrados a la convención planteada y al calor, y se siente un peso más ligero, un mayor flujo. Y justo en esta comodidad, entra un personaje incidental a escena que sí habla. Al escuchar palabras de su boca, el lenguaje hablado adquiere la fuerza de la notoriedad, esa que hemos perdido por la costumbre de hablar y ser escuchados, aun cuando lo que digamos sean tonterías. La voz de este extraño emitiendo vocablos es sorpresivo, ajeno y a la vez catalizador de la tensión que se ha ido generando. Pero es un pequeño escape, pues de ese tamaño es la participación del personaje.
La convención planteada permite reflexionar sobre los sistemas de comunicación y sobre la expresión pura como desahogo. En la escena en la que Solenyi le declara su amor a Irina, el rechazo de esta provoca la ira del enamorado, por lo que ella se encierra en un armario. Aun así él sigue declarándole su amor “a gritos”, manoteando, sabiendo que ella no lo escucha porque no lo ve. Ella sólo llora, y no puede enterarse por palabras pero sí por la energía que le reclama al otro lado de la puerta donde ella se esconde.
En el tercer acto el pueblo ha sufrido un incendio, por lo que la electricidad está cortada. Aquí la luz es el eje protagónico pues hay una tensión entre su ausencia y una sutil presencia apoyada por el uso de la luz que emite la pantalla del celular, una lámpara de emergencia, etcétera. Al ser la vista un sentido indispensable para comunicarse con lenguaje de señas, los personajes luchan por comunicarse. En estas circunstancias se revelan secretos, se producen conflictos. El desarrollo se siente cansado y la luz azul de los leds reina la atmósfera.
Uno entra después del tercer intermedio con un poco de cansancio pero con determinación, sin saber que todo lo que ha ocurrido simplemente ha sido la base para establecer lo que vendrá. En el cuarto acto las circunstancias ponen a las tres hermanas en un estado de devastación absoluta. Un disparo que ocurre inaudible para los oídos sordos de los personajes. Un día trágico que enlaza una mala noticia tras otra. Desesperación, muerte, frenesí. Y en este estado de cosas sucede lo inesperado, ante la noticia de la muerte del barón, las tres hermanas, de repente, comienzan a escuchar. Escuchan la música, escuchan el grito de dolor de Masha, escuchan y se regocijan con su propia marcha. La devastación se alinea con una esperanza absurda. Las tres hermanas terminan bailando, histéricas, destrozadas pero con fuerza y la abstracta pregunta sobre el sentido de la vida.
La desconocida de al lado y yo, mientras tanto, acompañamos el aquelarre del final con llanto. El poder de Chejov, de este montaje, de la paciencia de los espectadores acalorados, del performance, se conjugan para afirmar al unísono el poder del teatro.
Dirección: Timofey Kulyabin
Autor: Anton Chejov
Diseño de escenografía: Oleg Golovko
Diseño de iluminación: Denis Solntsev
Asistente de dirección: Natalia Yarushkina
Instructora de lenguaje de señas: Galina Nishchuk
Consejeros de la cultura de sordos: Veronika Koposova, Tamara Chatula
Reparto: Ilya Muzyko, Valeria Kruchinina, Claudia Kachusova, Irina Krivonos, Daria Emelyanova, Linda Akhmetzyanova, Denis Frank, Pavel Polyakov, Anton Voinalovich, Konstantin Telegin, Andrei Chernykh, Alexei Mezhov, Sergey Bogomolov, Sergey Novikov, Elena Drinevskaya