LAS RELACIONES SEXUALES DE SHAKESPEARE
Iliana Muñoz
En el cartel se leen muchas letras, pero sobresalen por su tipografía y tamaño, aquellas que conforman el nombre Shakespeare. Tal vez no sea por el diseño, sino porque el nombre nos es tan familiar que la vista hace un proceso selectivo inmediato. El nombre es asociado de manera inmediata a teatro, genialidad, paradigma.
Shakespeare, el hombre, el dramaturgo, del que se han escrito tratados, se han hecho películas, se ha dudado sobre la veracidad de su autoría; con el paso de los siglos se ha convertido en una marca muy buena, una garantía de calidad y éxito. Incluso en este caso, fue priorizado por encima del adjetivo “sexuales”, que también vende.
Teatro UNAM usó este semestre el nombre del nativo de Strasford Upon Avon para empujarnos a una pequeña carpa, síntesis de un teatro isabelino. La carpa, en la que solo cabían 45 personas, se inflaba y se desinflaba, cual sístole y diástole, qué mejor espacio para hablar del amor. Diversos elementos que configuran la actividad teatral, se presentan como detonadores-pretexto que confluyen para reflexionar con el espectador sobre las relaciones amorosas, sobre el talento, la creación, la envidia, los celos pasionales, los celos profesionales, el matrimonio y su lazo estrecho, el adulterio y la sensación paradójica de febrilidad eterna que da a los amantes.
La obra de la dramaturga Ximena Escalante, nos cuenta que Marlowe (a quien, ciertas teorías por cierto, le han atribuido los textos shakespearianos), muere asesinado en una noche londinense, y su amante hombre busca a la amante de Shakespeare para entregarle unos textos que deben encontrar las manos del dramaturgo para que este haga con el material, una obra. Con este principio transitamos sobre los temas descritos, desarrollados en los personajes de Shakespeare, su amante, su esposa, su compañía de teatro, un dramaturgo sin talento, los protagonistas de las historias escritas en el trabajo inconcluso de Marlowe, y hasta un oso, personaje importante para el entretenimiento inglés del siglo XVI.
Por un lado se nos presenta la línea temporal de una noche, la noche del asesinato, de la búsqueda de Shakespeare por su amante y su esposa, la madrugada y la mañana del encuentro. Por otro, dentro de esta noche ficticia, se nos invita a presenciar un tiempo explotado sobre el cual sucede el juego que el director Mauricio García Lozano crea para imbuirnos en una experiencia lúdica que lo mismo tiene música en vivo que una contemporaneidad insertada en las escenas que Marlowe le envía a Shakespeare. Este nuevo universo, que sucede al fondo de la escena, en un baño del siglo XX, nos retrata el amor, el desamor, la espera y hasta violencia sexual. Este solapar de tiempos pareciera tener el objetivo de aplastar al ser humano, liberándolo de su época y dejándolo vulnerable ante “el amor”.
Con un texto que, quizá por su tópico, remonta por momentos a poesía malograda, los actores luchan por dar veracidad a sus personajes. Se transmite y contagia el disfrute personal que experimentan en la escena. A pesar de lo cuidado del trabajo del director en la homogeneidad estilística y tonal de los intérpretes, destacan las actuaciones complejas y creativas de Ilse Salas (amante) y Aurora Gil (esposa).
A los entusiastas se nos permitió alargar el epílogo de la experiencia teatral. En boca de sus creadores, la obra es un homenaje al mundo del teatro, a la representación. Baúles móviles construyen uno y otro espacio, construyen estructuras y escondites. Hay múltiples referencias constantes al legado de Shakespeare, folios con textos de Hamlet, Macbeth, Romeo y Julieta, vuelan por el espacio y quedan esparcidos en el suelo, acorralando al espectador con la presencia del genio que inspiró la obra. Se nos dice que al ver esta obra podemos saber cómo se hacía teatro inglés en el siglo XVI, que nos presentan una réplica del Globe. Dichos comentarios minimizan la propuesta, pues el Globe, de entrada, albergaba hasta 1500 espectadores por función. Esta obra intimista, en todo caso se parecería más al de la corte que a cualquiera ubicado en el barrio londinense de Southwark. No, el diseño de iluminación y escenografía de Jorge Ballina supo integrar la pulsación de la temática, para hacer una metáfora sublimada del teatro isabelino en un contexto contemporáneo. Ver esta obra es como ser juez y parte de la chistera de un mago, notar de cerca aciertos y errores de una construcción escénica, y ahí radica su vitalidad.