LÁGRIMAS
Iliana Muñoz
La situación política de nuestro país proporciona motivos suficientes para llorar. Es innegable. Ante los hechos, se construyen plataformas, escenarios, calles donde dichas lágrimas sean vertidas y tomen el curso de su propia naturaleza.
Quizá en el intento de aportar una voz propia a la protesta social, es que, desde su profesión, el director Hugo Arrevillaga decide apropiarse y adaptar, con permiso del autor, la obra ‘Las lágrimas de Edipo’, de Wadji Mouawad.
La anécdota, que tuvo como escenario el foro Sor Juana Inés de la Cruz del CCU, plantea la llegada de los fugitivos Antígona y Edipo a un teatro abandonado. En pena por su desgracia, se encuentran a una joven de la época actual que conoce a los personajes y se sorprende con la casualidad y la encarnación del mito. Pronto se entiende que esto sucede durante la noche en que los 43 estudiantes de Ayotzinapa son desaparecidos.
El hecho real, con el que una gran mayoría de la sociedad sigue indignada y atónita, tiene dimensiones colosales. El destino, aún desconocido de los jóvenes, resulta tan fatídico pero más doloroso que el de Edipo, por ser un suceso histórico, porque apenas pasó, apenas (nos) está pasando.
El arte es un medio ideal para expresar inconformidad, para sensibilizar, para provocar consciencia social, para denunciar. Desgraciadamente en este montaje, la propuesta y ejecución hacen que le quede grande el saco de tejido tan rugoso pero delicado.
De inicio, el planteamiento ficticio no termina de cuajar. En la ficción puede suceder todo, mientras se cree una congruencia que sostenga la convención. Eso no sucede. No hay una explicación de cómo los Edipo y Antígona griegos llegan a un espacio contemporáneo mexicano. Según algunas fuentes, el dramaturgo concibió la obra alrededor de un hecho en Atenas, en el que un policía mató a un chico de 15 años en una manifestación.
De ser cierto, las coyunturas que suceden en la ficción parecen tener más sentido. Es Atenas, la actual la que converge con la Grecia antigua. Pero en la puesta que se ve en México, la adaptación y la traducción nos distancian mucho del origen. Quizá esto no fuera tan grave si la propuesta hubiera sabido diseñar un aparato poético que fuera tan potente como el insumo de la realidad a la que se pretende aludir. Pero la poiesis requiere de metáfora, de capas, de otro lenguaje.
Los hechos merecen llanto, gritos, lamentos…aquí sólo hay lágrimas de cocodrilo, a cargo de un actor que encarna a Edipo, al personaje mítico que el texto de la obra propone vencido, moribundo, humano, reflexivo…Sin embargo Ulises Martínez no posee las herramientas actorales para llevar a cabo lo que el personaje y sus circunstancias le requieren. Por tanto, sólo hay superficie, un intento roto que, en un espacio tan íntimo como el Sor Juana, es evidenciado.
El actor es acompañado por dos colegas, Mitzi Mabel, quien es la joven que se encuentra en el teatro, el umbral entre los personajes griegos y lo que sucede en la noche trágica. Su trabajo está apoyado sobre todo en una técnica vocal que, aunque es buena, no logra la sutileza y siempre está hacia fuera, como si las palabras no provinieran de ella, sino de una impostura. El otro personaje es Antígona, interpretado por Vicky Araico, quien en definitiva posee la experiencia, la técnica y la sensibilidad más avezada del montaje, pero mal direccionada.
La puesta, en el melodrama, no posee la capacidad de conmover a la audiencia. El trabajo resulta planfetario, cual esfuerzo amateur; su logro radica en rememorar algo que no ha sido olvidado.