LA HERENCIA DE RULFO
Iliana Muñoz
Desde la anterior edición del Festival de México en el Centro Histórico, se instauró dentro de la disciplina de Teatro, la categoría de Pago por ver, lecturas dramatizadas bajo el auspicio de la Dirección de Teatro de la UNAM y el mismo Festival. Este ciclo, presentado en el Palacio de la Autonomía, pretende fomentar una curiosidad en el público que pueda ver un montaje, ya no en su etapa final, sino desde la dramatización, siendo el principal objetivo, el dar a conocer la dramaturgia y así dejar al espectador potencial “picado” para la futura representación.
Así se presentó La herencia de Rulfo, de Luis Rodríguez Leal Vázquez, bajo la dirección de Iona Weissberg, asistida por Irina Betzabhé González.
De entrada hay que admitir que una lectura dramatizada es de difícil acceso para un público no iniciado, pues los actores, entrenados como tales se encuentran detrás de un atril, dando vida a los personajes principalmente con su voz. Es un trabajo que requiere un gran esfuerzo, pero a la vez, es como si uno asistiera a ver la ropa interior en un desfile de modas, sin que esta llegara a ser etiquetada como “lencería”. Uno está ahí, escuchando el trabajo del dramaturgo, su construcción dramática, su estructura, el uso del lenguaje, la anécdota, el desarrollo de los personajes, pero a diferencia de la primera lectura que uno tendría en el libro, uno no se puede regresar si no entendió algo, aquí el tiempo transcurre sucesivamente, sin vuelta atrás; y a diferencia de una radionovela, la preparación de una lectura no tiene ese tono de acabado, de seducción absoluta con la voz, que propicia el suspenso del radioescucha. Aquí uno tiene voces matizadas y cuerpos tangibles que desvían el foco de atención. Es decir, uno tendría que poner atención a muchas cosas, como en el teatro convencional, pero con la limitante o riqueza, según se vea, de la falta de escenografía, un vestuario sugerido pero no definitivo y un trazo de actores que forman el boceto más no la semiótica de movimiento que se convierte en un lenguaje propio durante la puesta en escena como tal.
La herencia de Rulfo nos introduce a un mundo donde las espirales reinan, un mundo meta literario, meta teatral, tomando como referencia la meta realidad planteada por Rulfo en El llano en llamas y Pedro Páramo. Qué mejor manera de homenajear esta obra que creando un universo cíclico de tiempos y espacios elípticos en donde Juan Preciado, Susana, Dolores y hasta el mismo Rulfo, convertido en personaje, convergen en la capital, recordándonos la maestría del autor mítico que supo impregnar al mundo de su novela, al grado de que un dramaturgo traslade la técnica, la forma y esa sensación de vacío de Comala que Rulfo nos regaló.
A pesar de los retos que plantea el formato en sí y la dificultad técnica del drama, Weissberg supo conducir bien la lectura de manera que el espectador no sólo lograra entender a un nivel racional la propuesta dramática sino que por momentos, fue capaz de extraer reacciones a nivel instintivo como la risa o la desolación expresada en una mueca ambigua.
Con una luz general en color blanco, un espacio colonial hermoso como lo es el Palacio de la Autonomía y el soporte de los atriles, Juan Rulfo (Ángel Enciso), llega a la capital, entrando a la vez en una casa, entrando a nuestros ojos de voyeur, entrando a una estructura de caracol que le abrirá más dudas que respuestas al encontrarse con Juan Preciado (Mario Balandra), Susana (Sharon Zundel) y una criada, así como diversos personajes femeninos de Comala (Maruja Esperante). La interpretación actoral es homogénea y de buena calidad, lo que permite llevar de la mano al espectador a los lugares que el dramaturgo y la directora planearon en su creación. Con una técnica vocal impecable, llegan a la audiencia cada una de las palabras de Rodríguez Leal que a su vez nos remiten irremediablemente a Rulfo.
La única duda estilística que queda para el espectador es la confusión que produce el uso de elementos, así como la decisión de qué movimientos son aceptados y cuáles no, por tratarse de una lectura dramatizada.
A veces el movimiento de un actor nos hace ver que es una simple marca, que ahí hay algo, pero todavía no lo podemos ver en su totalidad (Una mujer tiene un ataque de epilepsia) a veces el movimiento es completo como lo sería en la puesta en escena (ellos se caen) y a veces el movimiento se evade aun cuando en el texto escuchamos que algo pasó físicamente con el personaje (ella se desmaya). Esto hace que no haya congruencia en el estilo pues si se va a hacer pequeño, todo debería ser con esa calidad, pero estar ahí, sugerido. O si se decide que por ser una lectura, no hay necesidad de marcar esas acciones físicas, también es válido, pero aquí no había unidad. Eso mismo sucedía con los objetos, que en la puesta en escena formarán la utilería, Irina González, a cargo de leer las acotaciones menciona: él saca una pistola, y efectivamente el actor saca una pistola, pero cuando el personaje interpretado por Mario Balandra nos dice textualmente que: se bebió una botella completa de Jack Daniels, el espectador puede, favorecido por la distancia del espacio, ver claramente que el actor saca de su abrigo una botella de Tequila Jimador, lo cual resulta incompatible. En el teatro es común que durante los ensayos de la obra, los actores usen objetos que les remitan a la utilería que usarán durante la temporada formal, para que su cuerpo se acostumbre y sepan integrarlo a su quehacer escénico. Pero esto, aunque es una lectura, ya es una presentación al público y si lo que quieren es enfatizar la manera en la que uno ensaya en la intimidad, debieron tal vez, de haber sacado un elemento que ni siquiera fuera una botella, que no estuviera llena, como esta lo estaba y así sería más clara la intención de la directora. En el caso del vestuario, por ejemplo, el asistente entiende perfectamente que lo usado por los intérpretes sirve a manera de referentes, aun así, son bastante adecuados para el fin y no es necesario ver a Sharon Zundel con un ajuar de novia para entender que por el momento su ropaje blanco es suficiente e impide que tenga que salir y entrar del espacio para un cambio de atuendo que para el fin, resultaría inútil.
La presentación es en definitiva, una experiencia interesante para iniciados, bien en la obra de Rulfo, bien en el teatro o en ambas, incitante de cualquier manera para un público más general, inyectador de cosquillas de saber más.