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DE EXPLOSIONES Y DESEOS

Iliana Muñoz

Irineo es el nombre de la novela con la que Alejandro del Castillo ganó el Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2019. Fue publicada por Cuadrivio Ediciones en 2020.


Irineo es el nombre de uno de los muchos personajes que convergen en esta historia fragmentada. No podría decirse que es ni el protagonista ni el detonador. Todos los involucrados tienen poder y agencia, todos tensan la cuerda para que el universo desarrollado por Alejandro se sostenga con fuerza. La acción se sitúa principalmente en y alrededor de Tepatepec y Dengantzha, Hidalgo, o “el Denga” como le llaman sus pobladores. El epicentro específico es una mina que unos dejan, algunos trabajan, otros poseen, otros explotan.


La explosión literal y metafórica de la mina, las relaciones personales y laborales de los personajes, el contraste entre la vida rural y la vida urbana que no alcanza a cumplir los sueños, entre honestidad y avaricia, entre sabiduría y juventud, la dinámica entre patrones y trabajadores, entre socios y gobernantes, son los temas sobre los que vemos desfilar a Irineo, el trabajador de la mina experimentado, a Eréndira, su hija; a  Agustín y Juan, los otros dos trabajadores, más jóvenes; al Choreño que convence al Doc de asociarse para apropiarse de la mina que se quedó sin dueño, a Doña Viges, una vendedora de pulque que parece un Tiresias femenino.


Del Castillo eligió una estructura no lineal, conformada por pequeños cuadros narrativos titulados de forma breve pero sugerente. El lector que de entrada se encuentra desorientado, irá armando la constelación delineada por el autor.


La estructura provoca que el principio de la novela sea lento, sin que eso sea un aspecto negativo. El eje conductor no se devela fácil. Cuando uno ya se está familiarizando con ciertos personajes, aparecen otros que son ajenos y uno tiene que reacomodarse, negociar con la lectura. Uno se pregunta si hay información que dejó pasar y piensa en regresar a buscarla. Pero en este, como en muchos otros casos en la vida y no sólo en la literatura, las respuestas están adelante y no atrás. Y llega un punto, en el que sin darse cuenta, el diagrama completo de personajes está dado, el hilo narrativo tensado alrededor de ellos, y en ese momento la lectura se vuelve como un decenso en tobogán, pues “se revela(ron) las cosas que habían sido sombras” (p.83). Uno pasa de la confusión a la claridad y de ahí a la curiosidad entera, que no será saciada del todo.


Cada uno de los cuadros que conforman el todo son breves, con una construcción que permite al lector dibujar a los personajes con nitidez. Hay un detalle en ciertos acentos que parecen como una fotografía, o un recuadro de cómic: “Se arrancó un pellejo con los dientes y un fino trozo rojo le surcó el labio", "su nuca era más oscura que sus brazos", "El Choreño se jaló un pedazo de comida de entra las muelas, con los dedos, y lo embarró en la mezclilla". Este tipo de descripciones también son capaces de construir poéticamente un mundo: "El tallo de una flor tembló en la cima. Nació un río minúsculo de tierra." Acción-reacción es un mecanismo presente en toda la novela, todos los personajes son interdependientes, no sólo entre sí sino también con la naturaleza, tan protagónica de esta narración: las piedras, el viento, la montaña, quienes afectan y son afectados por sus habitantes, respiran de manera conjunta y comparten destino.


De esta danza de acciones también forman parte las pertenecías de los personajes, discretas, pero importantes como piedritas de Hansel y Gretel que ayudan a navegar en la cotidianeidad de la trama: la gorra de Juan, el llavero del Doc, la muñeca maltratada por la gallina, los dientes de Irineo, las lonas por medio de las cuales nos enteramos sobre la potencia del viento, la crucecita de la camioneta, el machete de Irineo. Y casi como si estuvieran en el limbo entre seres y objetos, hay personajes que aparecen, pero no alcanzan a tener nombre, sino son mencionados a partir de su relación con otro: el hermano de Juan, la hija de Eréndira, que a lo mucho es nombrada como “la niña” o el antiguo patrón de la mina.


En el tejido de las acciones y los personajes concretos, hay ciertos aspectos que quedan suspendidos y quedan latiendo con una vida independiente del desarrollo de lo explícito. Así queda pulsante y sin conclusión el deseo del Doc de ser artista, el deseo de Juan por Eréndira, la poca información sobre los amantes de Eréndira, los tormentos de Agustín. Es el deseo, entonces, la pulsión erótica, creadora, una capa importante pero escondida del texto. Y el personaje que encarna dicha fuerza por sobremanera es Eréndira, una potencia femenina que vive, que espera, que ansía, que baila, que mira, que calla. Es por medio de Eréndira por la que, en el cuadro nombrado Reconocimiento, el autor, entretejiendo dos voces, la narración en tercera y en primera persona, sin la utilización de puntos, reconcilia al individuo con el todo y da al deseo carnal consumado el poder de esa comunión.


En toda la novela hay una gran artesanía evidente en el uso de la palabra. A excepción del cuadro Caldo derramado, que tiene una prosa más barroca que el resto, la escritura posee una poesía constante pero sutil. Se despliega en el manejo de las figuras retóricas, las pausas, las interrupciones del discurso sin uso de puntos suspensivos, los silencios, las elipsis en medio de una frase: "se le había ido la juventud y una esposa, ya tenía una nieta en vez de una esposa". En Astros, por ejemplo, Agustín e Irineo comparten un momento muy particular en la noche, beben como cómplices de vida, en una oscuridad absorbente: “no había luz que separara las formas”.


Así como Alejandro del Castillo es capaz de sembrar el deseo latente, también expone la decepción y la amargura de la vida con ferocidad y poesía. Uno de los atributos de esta novela fragmentada es que muchas de sus piezas pueden funcionar de manera autónoma. Ese es el caso de Huella de mi huella, donde un padre moribundo en el hospital, con sabiduría, resignación, dolor y resentimiento, le dirige a su hijo, el Choreño, pensamientos cínicos, oscuros, destructivos, casi una maldición pero que parte del conocimiento de la vejez y no de un poder sobrenatural: “Esta piel ya la habitas. Estos gestos, ya los haces. Estos rezos ya casi los dices, aunque creas que el espíritu no existe.”


Irineo es una primera novela del autor, compacta e íntegra en su construcción coherente de un universo, que a la vez es reconocible en la particularidad de sus escenarios y estados humanos tan bien construidos: la fiesta de pueblo entre los poderosos locales, la llegada de los forasteros, la curiosidad, la ambición, la frustración, la esperanza, el deseo. El formato de la novela permite que el lector se quede con dudas y que el autor, quizá en un futuro, continúe la escritura de los demás personajes que se interceptan con Irineo.

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