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ERROR HUMANO
Iliana Muñoz


Hablar del error humano, el real y el escénico, es hablar de la vida misma. Es temer a decir lo que pienso, por temor a equivocarme al envolverme en un juicio no-objetivo.


Pero, ¿cómo se puede hablar de la vida si no es de lo que uno siente, de “cómo te va en la feria”? La verdad es que la mayoría de las veces, al salir de una obra de teatro, sí se puede, porque ésta, tan no te toca, que fácilmente puedes hablar de ella, escudriñarla, analizarla, como sólo se hace con lo indiferente. Ni siquiera con lo que se odia o detesta, porque ahí hay una pasión de por medio. No, sino realmente desglosando los elementos, haciendo comparaciones, juicios de valor objetivos y precisos.


A mi salida de la función a la que asistí a La Capilla el 1º. de abril, me veo incapacitada de hacer esto, porque en el café post teatro, hablar del “espectáculo” de una forma frívola me hace sentir como que estoy hablando a espaldas de alguien por quien siento algo o de alguien que en un momento fue muy importante para mí, aunque ya no lo sea en el presente.


Y es qué cómo calificar el Error Humano, si mi conmoción me lleva a hablar de más o a hablar de menos al sentir de más y no querer discutir algo que se ganó ya un lugar en mí. Cómo no defenderla con las garras cuando hoy en día uno como espectador teatral asiste a la fiesta del lucimiento, del snobismo, de los aplausos rabiosos a quien no se lo merece, de la gente rastrera, hipócrita, que se pasea por ahí queriendo venderte el boleto de su talento.


Hoy, me doy cuenta de que las apariencias engañan. Hoy quiero decir Gracias y quiero decir por qué. Porque ante las circunstancias anteriormente descritas, jamás esperé encontrarme una sorpresa tan agradable en el escenario que me enfrentara con lo desagradable que yo soy, con lo desagradable que es la vida, con lo agradable que es mi profesión, con lo agradable que es la vida para permitirme demostrarlo.

Error humano es una pasarela, no sólo formal, no sólo técnica, sino etimológica, una pasarela en la que se pasean los “humanos” (sí, humanos, conmovedores en el almíbar honesta de su podredumbre), una pasarela en la que nos hacen caminar cual modelos de vida, de anagnórisis, de emoción, de razón, de ración, a nosotros, los espectadores. Hablo de mi, que tuve la fortuna de ser participe de esta rutina. Supongo que quien tuvo la visión de la distancia, experimentó otras cosas que nunca sabré, quizá el vouyerismo de vernos tan involucrados a los de arriba, no lo sé.


Hoy, donde hay tanto teatro banal, tanto teatro anquilosado, tanto teatro que en su modernismo se olvida de la humanidad, fui testigo de este teatro-no teatro, donde se usan, luces, sí, donde se usan mirófonos, audio, pero no para recordarnos el siglo en que vivimos, sino para hacer uso de la tecnología construyendo algo que al teatro se le ha olvidado: INTIMIDAD, HONESTIDAD, FRESCURA.


A pesar de que uno como artesano de las artes escénicas pueda encontrar errores (humanos) por momentos de la obra, descubrir el truco tras la liebre sacada del conejo, no deja de ser impactante (esa es la palabra, sí, digno de señalar) que cuatro actores logren crear una comunión fugaz entre su público, intermezclado con ellos mismos. En el teatro, se puede caer fácilmente en la creencia de que es muy fácil representarte a ti mismo, al no-personaje, no estás creando una corporalidad, no estás creando una historia, ni un modo de hablar, no, pero mostrarte a ti, desnudo, carente, abierto, ofrecido, sincero, eso, no es fácil, y pocas veces se ve. Y puedo citar diversos ejemplos donde el intento se hizo, con resultados muy distantes a este, conducido por Marco Vieyra.


Cada función es diferente, y en esta obra, cómo no, pero yo sólo puedo hablar de esta, de la fusión, de la comunión, de que aunque jamás sentí comunicación visual real con 2 de los actores (50%), quedé tocada, conmovida, de que a pesar de que la obra cae en una monotonía, agradezco el contacto.


Aquí los micrófonos crean la ilusión de una actuación, ya no realista, sino naturalista, porque permite al actor utilizar su tono cotidiano de voz, su volumen, sus matices. Sin embargo, conceptualmente se elige al micrófono de alambre, extensión del intérprete, un reto a resolver, pues no es “naturalista” andar por la calle con un aparato cilíndrico entre las manos, con la capacidad de escucharte de manera amplificada como te escuchan los demás (hay un complejo humano muy fuerte frente a esto). Aquí se lucha contra esto, se enganchan de esto, se cuelgan de esto, te enganchan de esto, te arrancan las lágrimas de la compasión, del reflejo, de la anagnórisis compartida (¿no buscaba acaso esto la tragedia griega?, claro ahí eran personajes paradigmáticos, aquí son pobres mortales como nosotros, ¿no busca eso acaso la tragedia moderna?).


El llanto, el melodrama está menospreciado, acusado de barato. Pero está tan mal visto como la comedia mal hecha, la farsa, la tragedia, la pieza mal hecha. ¿Quién puede reclamar algo a Lars Von Trier ante su Dancer in the Dark o su Dogville? Y es que en el Error Humano, Natalia Traven, Isabel Piquer, Guillermo Jair y Marcos Duarte nos llevan de la mano, facilito, a nuestras emociones más profundas, más humanas (¿acaso hay emociones no humanas?), quiero decir, más intrínsecas, más simples pero más dolorosas, ergo, más complejas, más repetitivas, tanto como para engancharte en la anécdota sin historia del otro y subirte en tu tren entrando en la difícil paradoja del egoísmo y de la entrega, pues esto es lo que tienen que llevar a cabo estos actores para mostrarse ante el espectador.


Hay elementos obvios, hay elementos que sobran, hay elementos efectistas, pero ¿qué más da, si logran el efecto, si cautivan, si te sueltan, pero a los 5 min. Te atrapan más fuerte?, ¿qué más da si esto no es “teatro” y por un día nos salvamos o bien, de la anécdota lejana y aburrida o de la obra posmo y conceptual? Aquí también hay concepto, hay un “colgar los zapatos” de la vida y girar con ellos, o ellos girando en derredor nuestro encontrando quizá en esto, The meaning of life, como los Monthy Pitón.


Uno convive, uno camina en los pasillos, uno juzga, a uno lo juzgan y no sabemos que detrás de ese paso, compartimos las mismas inquietudes existenciales. Y eso jamás sería descubierto si este grupo de creadores no se hubieran propuesto arriesgarse en esta aventura y si no se hubiera dado la sincronía del espectador asistiendo a la autopsia en vida del otro y en esa otredad, de sí mismo.


Pero existió, la sincronía, se dio.


Abril 2006

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