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EL SAPO Y LAS MINAS DE MERCURIO

Iliana Muñoz


Dice la leyenda que el director y dramaturgo Martín López Brie visitó la catedral de Tampico en 2012 y se asombró pues el piso del recinto religioso tenía cruces esvásticas en las losas. Este primer azoro se transformó en curiosidad, la cual a su vez se desarrolló en una investigación y un proceso artístico que lo llevó a escribir la obra que lo haría acreedor al premio de dramaturgia INBA 2016, y posteriormente al proceso de montaje que expondría sus resultados este año en la Sala Xavier Villaurrutia del Centro Cultural del Bosque.


Durante su investigación, López Brie descubrió que efectivamente hubo una importante presencia nazi en México en los años 40’s. Hubo personajes de la política y del ámbito cultural involucrados. Él se topó con documentos, archivos, ficciones, incertidumbres y más preguntas. Ante este hecho poco divulgado, el dramaturgo decidió armar un constructo ficticio aderezado con una estética de cómic y novela de espionaje. El resultado es una puesta en escena muy detallada, visiblemente dedicada en todos sus rubros.

Hay un sentimiento de falsa melancolía al ver la obra, a uno que no le tocaron esos tiempos, le suenan familiares los referentes: la estación de Buenavista, Veracruz, Lázaro Cárdenas, etcétera. Es enriquecedor y satisfactorio imbuirse de ese mundo ficticio que supo integrar de manera cohesiva una larga investigación histórica. El amalgamado se permea en el diseño de vestuario, el diseño lumínico y el sonoro.

Debido a la influencia del cómic, la obra comienza con un tono caricaturesco que recuerda a cualquier programa televisivo de superhéroes. Sin embargo la ambientación es claramente de los años cuarenta. Las voces parecieran un trabajo de doblaje. Los primeros cinco minutos cuestan trabajo, sirven de tránsito entre la cotidianeidad de la CDMX del S. XXI hacia el mundo ficticio-histórico planteado en escena. Una vez que uno logra entrar en la convención, es fácil disfrutar del bosquejo exagerado y preciso que los actores han delineado para sus personajes.


Sofía Beatríz López da vida al personaje de Lolita, una secretaria seductora y manipuladora. Una femme fatale mexicana de los años 40’s. La actriz tiene sutilezas y detalles que enriquecen la caricatura de su personaje: el movimiento de su cabeza, de sus manos, de su espalda. Es notable su trabajo por estar en todo momento presente. Su trabajo vocal tampoco es dejado al azar en ningún momento. Ella es acompañada por Alejandro Morales, quien interpreta al Sapo, y Angel Luna, como Brice. Ambos también son íntegros en la creación de sus personajes, redondos y con matices suficientes.


Los tres son los protagonistas de una aventura que inmiscuye a la prensa, la policía y la política de la época, ello dentro de las relaciones que se forman entre los tres, que denota la moral y las costumbres de esa década. El montaje logra el interés por los conflictos íntimos, el contraste con el México actual, a la vez que consigue hacer una similitud entre el panorama macro internacional de entonces (con los nazis a la cabeza), y el actual.


Sin embargo, se siente un exceso de información. No es de dudar que la investigación que precedió al montaje fue vasta y que eso, más el evidente compromiso puesto a la obra, hicieron difícil un proceso de edición radical. La anécdota, que está bien construida, se vuelve intrincada y esto deviene en una longitud exagerada. A pesar del trabajo intenso de los actores, el ritmo se cae inevitablemente, pues pareciera haber un engolosamiento conjunto de texto, actuaciones, movimiento escénico. Los personajes, entrañables gracias a la dramaturgia y la construcción de los actores, no son suficientes para mantener a tope la atención del espectador. El trío atraviesa peripecias, geografías y cambios en la estructura de sus dinámicas. Los vemos viajar en tren y posteriormente llegar a un barco donde se toparán con lo más podrido de la presencia nazi en México. Es justo esta parte, la del barco, donde la anécdota se diluye, pues hay una exposición de eventos y personajes históricos -interesante- que resulta abrumadora dentro del desarrollo de la pieza.


A diferencia de otras obras contemporáneas en las que el uso de proyección de diapositivas se ha puesto de moda, en este montaje, el contexto histórico justifica y favorece el uso de ese medio. El recurso es adecuado, es quizá el exceso lo que bota. A su vez, la sonorización enriquece y se integra a la puesta, con un soundtrack ad’hoc a la década de los cuarentas. El trabajo lumínico, cuidado siempre, alcanza su cenit hacia la última parte, en donde hay un juego rico del uso de luz led (que por otro lado, no es sincrónico con la temporalidad ficticia).


Este proyecto es un digno ejemplo de un trabajo que surge del azar, y por medio de la curiosidad natural humana y creadora, es llevado a las últimas consecuencias. Martín López Brie logró reunir a un equipo de creadores que se sumaran con pasión a su iniciativa. Esto es loable pues, aunque sería lo deseable en cualquier trabajo teatral, no siempre se ve. El espectador puede presenciar dicha entrega, compromiso y técnica puestos en marcha.


Producción ejecutiva: Edgar Uscanga

Asistente general: Brenda Urbina

Diseño de escenografía e iluminación: Fabiola Hidalgo

Diseño de vestuario: India Aragón y Marina Meza

Diseño sonoro: Mike Brie

Diseño gráfico: Diego Guadarrama

Fotografías: Marco Lara

Investigación documental: Daneil Orizaga

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