¿Quién le teme a Virginia Woolf?
Iliana Muñoz
"El miedo está en los hombres como la pesadez en las piedras"
Pascal Quignard, El origen de la danza, p. 71
El teatro tiene por inherencia un aura espectral. ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1962), del estadounidense Edward Albee exalta esa característica. Albee estaba en un bar de NY, más de una década antes de empezar a escribir, y ahí vio escrito con jabón ‘Who’s affraid of Virginia Woolf?’, un juego fonético a partir de la canción ‘Who’s affraid of the Big Bad Wolf[1]?’ de ‘Los tres cochinitos’ de Walt Disney.
Ese chiste académico fue arrastrado por la memoria de Albee para este texto que tuvo en algún momento por título ‘El exorcismo’. La obra se desarrolla en tres actos a partir de la interacción de cuatro personajes: Martha (52 años), George (46), Honey (26) y Nick (28). El autor normalmente lista a los personajes de sus obras como ‘The players[2]’. En esta obra no pudo ser más acertado, pues la ficción, que comienza en la madrugada de un sábado a un domingo, se compone de diversos ‘juegos’ por los que transitan los personajes.
Esta compleja pieza, que desde su estreno en Broadway (1962) fue polémica y vanagloriada, se ha llevado a escena en México varias veces. Aun así Laura Almela (Martha), Ana Clara Castañón (Honey), Pedro de Tavira (Nick) y Daniel Giménez Cacho (George), decidieron tomar la traducción de Víctor Weinstock y explorar la obra, ‘jugando’ los cuatro como co-directores y actores.
Los cuatro personajes van a cenar a casa del papá de Martha, que es el rector de la universidad para la cual trabajan George y Nick como académicos. Bajo los efectos del alcohol, la pareja joven es invitada a continuar la velada en casa de Martha. La obra comienza cuando Martha y George regresan a casa, este último sin saber que pronto tendrán visitas. En los primeros minutos Albee establece el tono sardónico, intelectual y puntilloso de la obra.
Fieles al dramaturgo, que en esta y otras obras, marca algunos diálogos en mayúsculas, enfatizando un grito, vemos entrar a Laura Almela y Daniel Giménez Cacho en un tono agitado. Bastan unos cinco minutos para que el espectador se ‘aclimate’ a la propuesta y se deje envolver por el constructo desplegado en escena.
Al inicio es evidente la relación co-dependiente y destructiva que tienen los anfitriones. Uno ve a Honey y Nick como los jóvenes enamorados con un brillante futuro. Al pasar la noche, los demonios que persiguen a cada personaje se desatan y todos fungen como espejo y pared para que las debilidades de los otros se proyecten y reboten.
La obra traza los extraños lazos que nos unen a los otros, exhibe al mundo académico, a la idea de pareja occidental, al concepto de familia, las mentiras necesarias para sobrevivir. Los cuatro personajes transitan por sistemas de ataque y defensa, bajo los que se esconde un miedo infinito. Almela, Giménez Cacho, Castañón y de Tavira fueron muy hábiles en entender las sutilezas y la complejidad que la obra requiere, los cuatro desarrollan sus personajes con verosimilitud y matices. Laura Almela despliega gamas vocales que no le había escuchado en ningún montaje previo, Ana Clara Castañón integra a su personaje una fisicalidad que aporta un sentido estético y psicológico, Daniel Giménez Cacho transita orgánicamente de un estado emotivo a otro, y Pedro de Tavira, comienza con la superficialidad de su personaje y se sumerge con pericia hacia los laberintos que Albee diseñó.
Los co-creadores desarrollaron un montaje de casi cuatro horas de duración, en el que el alcohol juega como un quinto personaje. Los directores decidieron no temerle a la elongación de los momentos, al juego rítmico, a la síntesis y mirada microscópica de esta noche pesadillezca. El resultado es un trabajo artesanal de gran rigor en el que es evidente que los creadores se comprometieron con todos sus recursos y que gozan la entrega de su trabajo al público.
[1]Wolf es lobo en inglés
[2]Los jugadores, pero también puede ser entendido como los actantes