200 AÑOS DEL PALACIO DE MINERÍA
Iliana Muñoz
Giorgio Agamben, filósofo italiano, en su libro Profanaciones dice que “el cumpleaños no puede ser la conmemoración de un día que ya pasó sino que, como toda fiesta verdadera, es abolición del tiempo, epifanía y presencia de Genius”[1]. Genius, se nos dice, es el Dios que cuida de uno desde el momento del nacimiento. Si bien la cita refiere a seres humanos, su precisión la hace aplicable al aniversario del Palacio de Minería que, por su devenir camaleónico merece celebrar centrípetamente, su existencia en nuestro país, y centrífugamente, las múltiples situaciones que han tenido como contenedor esta obra arquitectónica. Quizá por ello, el festejo por el palacio implica paralelamente el reconocimiento de su Genius, Manuel Tolsá (y con ello se presenta, a su vez, el Genius del arquitecto valenciano).
El palacio, en 2013 celebró su cumpleaños 200, pues se toma como referencia 1813, año en que se terminaron las obras por completo. Sin embargo, el inmueble estaba siendo ocupado desde 1811, en plena Guerra de Independencia. Con estudiantes del seminario de minas, que a la vez hacían servicio militar, habitantes, que en la historia que marca como punto de arranque 1813, son inexistentes, pre-fantasmas en la dimensión del -1, del año antes de cero. Dado que no hubo una inauguración oficial, sino que se toma en cuenta la última anotación que se hizo en el libro de obras, del 3 de abril de 1813, podría considerarse que se estaba en la etapa de gestación, previa al nacimiento, pero habría que diferenciar el desarrollo del momento de planeación, que inició en 1797, de dibujo de planos, de primeros cimientos; al de ‘obra negra’ en 1806, o al cuasi terminado proyecto que en 1811 permitía que individuos no involucrados en la construcción estuvieran ya inmersos en una funcionalidad del edificio. ¿Se habrán imaginado ellos desde su pre-más allá el devenir que tendría esa estructura que propiciaba el eco de sus pasos? 1813 es también el año de las pinturas de las vírgenes, María y la de Guadalupe, que son la misma pero a la vez diferentes. Ambos cuadros del pintor Rafael Ximeno y Planes aún persisten en la Antigua Capilla del palacio. La Guadalupana, desde su posición privilegiada, ha visto casi frente a frente el transitar de diversas personalidades, así como de seres que prefieren nombrarse en la colectividad. La otra virgen, desde el techo, como una analogía del cielo, puede ver cabezas u ojos aburridos que en su huida de alguna clase, conferencia o presentación de libro, la encuentran en medio de su viaje de ascenso hacia ‘el padre’ y ‘el hijo’.
El edificio constituye una paradoja, por un lado su construcción es sólida, estable, fuerte. Al menos eso demuestra su imponente carácter, escondiendo del visitante actual sus debilidades tempranas. Desde 1814, un año después de su finalización, comenzó a hundirse y cuartearse. Pronto hubo reparaciones. En algún momento se consideró la demolición ante el inminente colapso. Sin embargo, como dice Jesús Silva Herzog “Nada como el ladrillo o el concreto para sellar esa ilusión de permanencia que exalta a estadistas y a arquitectos”[2]. Para 1976 cuando culminó una restauración completa, a manos de la Sociedad de Exalumnos de la Facultad de Ingeniería, esta ilusión de robustez fue más palpable. Por contraste, el inmueble cuenta con una maleabilidad en su uso, por medio de la cual, a pesar de su historia, se adapta a los requerimientos de diversos habitantes, invitados y eventos. En él lo mismo ha habido bailes elitistas con Porfirio Díaz como anfitrión, que ha sucedido el primer beso de una pareja de adolescentes que en su tarde de tarea de campo se vieron sorprendidos por las hormonas en la escalera. Sus habitaciones han alojado lo mismo camas, cuando había dormitorios; que mesas con manteles largos para recibir a intelectuales, curiosos, personajes famosos y/o polémicos. Sus paredes, que como las de Juan Ruiz de Alarcón, oyen, han atrapado discusiones, aplausos, soliloquios y ficción, sin dejar que la confusión de idiomas, discursos e intenciones merme la noble fortaleza de su construcción.[3]
La obra, que fue proyectada como el albergue del Real Seminario de Minería, al cabo de escuchar cátedras sobre la extracción de minerales[4], se convirtió en sí misma en una ufana piedra preciosa, explotada y explorada. Adentrarse al palacio, aun sin casco, es por otro lado, encarnar a un minero, que puede tener o no visión sobre los vestigios que esta veta a nivel del suelo, encierra para sus habitantes de paso. Volviendo al antropomorfismo, el destino de este edificio parece haber sido alineado, en gran parte, por su nombre. Si desde el año 1959 está bajo el resguardo de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, y la comunidad de dicha entidad ha efectuado una administración que refleje los tres ejes de la máxima casa de estudios (educación, investigación y difusión cultural), es debido al devenir que la minería y su estudio tuvo en nuestro país, a la línea de cuasi linaje que se siguió durante las políticas educativas, y a que el edificio siempre fue nombrado ‘de minería’, y no con el apelativo de algún personaje, pues estos mueren, mientras que la minería se transformó y derivó en otros conocimientos. Curiosamente, en el caso del autor, el significado del nombre de pila del arquitecto Tolsá, Manuel, significa ‘Dios está con nosotros’. He ahí que se presenta, permanente, el Genius al que Agamben refiere. Y para demostrar la importancia que tienen las nomenclaturas, se dice que debido al trabajo del arquitecto y escultor en la Nueva España, en estas tierras se le llamaba “estilo Tolsá”[5] al estilo neoclásico.
En el caso del inmueble, a pesar de que la Minería y sus derivados científicos han sido un eje rector de su vida académica, la flexibilidad del espacio ha propiciado a lo largo de la historia, el que sea usado por instituciones de otra naturaleza. A final de cuentas un edificio no permanece inmune al contexto sociopolítico del suelo donde está cimentado. Es por ello que el Palacio de Minería fue convertido en cuartel de guerra durante la invasión norteamericana en 1847, la Revolución Mexicana y la guerra de reforma, en la que también sirvió de prisión para generales imperialistas. Acogiendo a propios y extraños, el inmueble fue intervenido en su propósito, como ha sucedido con muchas edificaciones del orbe, donde un ejército militar se apropia de un espacio conveniente con una facilidad tal como colgar un letrero de ‘Hogar dulce hogar’.
La permanencia de una obra arquitectónica en el paso del tiempo la hace proclive a cambios, desde estructurales hasta otros relacionados con el significado, como lo puede ser el nombre. De ahí que el palacio de minería, con esas tres palabras como raíz, se haya visto provisto o desprovisto del sufijo Real, o que la ideología política de sus gobernantes confieran adjetivos a las actividades que suceden dentro, tales como ‘imperial’ o ‘republicana’, o que haya pasado de ser Colegio a Escuela, como influencia del positivismo. Mientras el inmueble no sea convertido en ruinas, sabrá que los apelativos, seudónimos o apodos van y vienen con dueños y herederos, pero un edificio como este ha trascendido en su materialidad a los personajes importantes, pero efímeros, que han tenido injerencia en él. Así, Maximiliano lo puso a competir con el castillo de Chapultepec para que uno de los dos lo alojara. El segundo ganó, salvando al Palacio de Minería de contener el infortunio de los Hasburgo.
Actualmente el Palacio y la UNAM se han fusionado de tal forma en el imaginario, que resulta difícil separar el binomio. Más específicamente, es fuerte la relación intrínseca entre la Facultad de Ingeniería y el edificio, pues en este se vio nacer la profesión de Ingeniero, incluso antes de la que Universidad Nacional fuera inaugurada. Los Ingenieros de la UNAM, por medio de su comunidad y gremios, han administrado, con celo y cuidado al inmueble, como una herencia familiar, un legado patrimonial que sienten les pertenece más que a nadie. Gracias a esa relación lo restauraron, lo custodian y se refieren aun con recelo a la estancia del Ministerio de Fomento y de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, que estuvieron en una parte del Palacio de 1877 a 1974.
Sin embargo, no hay que olvidar que debido a la organización interna y el desarrollo de la propia Universidad desde su fundación en 1910, la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, el Instituto de Física y el Instituto de Matemáticas también nacieron en el Palacio de Minería. Estos organismos, junto con la propia Facultad de Ingeniería eran parte de lo que un inicio de denominó ‘Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas’. Todas ellas permanecieron en el inmueble de la calle de Tacuba hasta que fue momento de mudarse a sus nuevas instalaciones en Ciudad Universitaria. No obstante la Facultad de Ingeniería, por medio de diversas cepas, como la de División Continua y a distancia, oficinas administrativas y gremiales, se quedó. En el Palacio se organizaron Congresos de Ingeniería, el Centenario de la Escuela de Ingenieros, y el 175 aniversario del Real Seminario de Minería. Estas efemérides dieron pie a la reorganización de la Facultad, y a la restauración del Palacio. Estos gestos implicaron un vínculo contractual de derechos y obligaciones, con el cual la ‘pertenencia’ o adherencia del palacio a los ingenieros, quedaba sellada.
De cualquier modo parecía que el vínculo entre la UNAM y el Palacio estaba programado, pues irónicamente el predio donde se construyó el Palacio de Minería, denominado Nipaltongo, pertenecía a la, en ese entonces, Real Academia de San Carlos, quien lo vendió para el Colegio de Minas. Actualmente, ambos pertenecen a la misma institución, pues la antigua Academia de San Carlos, es parte de la Universidad Nacional desde 1910, año de su inauguración, y sede de la Escuela Nacional de Artes Plásticas desde 1933, cuando la universidad adquirió lo Autónoma. Dentro del palacio, tanto el rector de la UNAM como el Director de la Facultad de Ingeniería cuentan con una oficina alterna para cada uno, más como un símbolo materializado de poder y territorio que como una necesidad de expansión geográfica.
En este sentido, es curioso observar que mientras la creación del Palacio del Real Tribunal de Minería, como se llamó en su inicio, obedeció a una necesidad de expansión territorial debido al auge de las actividades mineras y metalúrgicas de nuestro país, la actual Feria Internacional del Palacio de Minería, que hace unos días celebró su XXXV edición, se niega a desplazarse a otro espacio, a pesar de lo acogedora que se ha vuelto su atmósfera a base de hacinamiento. Los visitantes y organizadores, ven en la estructura neoclásica al esqueleto material y esencial de esta Feria, como lo expresa una reciente nota del periódico Reforma “FIL de Minería: apretados, pero satisfechos”[6]. Quizá en el Palacio mismo se contenga lo que diferencia a esta feria de otras que se realizan en el país, con objetivos, duración y programas similares. Quizá al Palacio le gustó la experiencia de ser recorrido en 1924 con morfologías distintas a las previas, pues José Vasconcelos, con su gran visión e interés por la difusión cultural, siendo Secretario de Educación Pública lo eligió como sede de la exitosa[7] Feria del Libro y de las Artes Gráficas, la primera del tipo en México[8]. Para la inauguración de esta primera feria, antecedente de la actual, Vasconcelos ya había renunciado a la SEP para postularse al Gobierno de Oaxaca. A cargo de la secretaría estaba Jaime Torres Bodet, entonces jefe de departamento de Bibliotecas de la SEP. Lo curioso en este Tour de force es que es el mismo Torres Bodet quien años después, en 1947, crea la Feria del Libro Universitario, y selecciona como espacio –casi por antonomasia, diría yo- al Palacio de Minería.
Aunado al flujo de transeúntes cotidiano, al de las prisas, al contemplativo, al turístico, al burocrático, se posa de frente un jinete. Es Carlos IV “bronceado” con su caballo, atestiguando el acontecer de la fachada del Palacio, preguntándole por qué sus destinos fueron tan distintos si su creador fue el mismo. Ambos, jinete y caballo, están heridos más por la mano del hombre que por el paso del tiempo. ‘El caballito’, que ha sido aplaudido, rechazado, cubierto con una carpa azul, que ha pasado por el Zócalo, por el patio de la antigua Universidad, por Reforma y Bucareli, ahora vive en la Plaza que lleva el nombre de su autor, con su composición desfigurada, cual víctima de un mal trabajo de botox. Se le ve, a pesar de su fuerza inmanente, impedido a detener un asalto a las puertas del palacio, de detenerle la cabeza al clochard moribundo que sueña que recuerda la era virreinal, de cambiar a ratos su caballo por un Mercedes que busca ansioso un valet parking, impotente por no poder invitar a alguna chica a cabalgar con él. Se pregunta constantemente sobre su deformación y aguarda sin esperanza. Sin embargo, justamente su posición ejemplar le permite estar presente en el cumpleaños del Palacio de Minería y de testificar la epifanía, suspendiendo el tiempo y con ello, sus pesares.
REFERENCIAS:
Agamben, Giorgio, Flavia Costa, y Edgardo Castro. Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005. Impreso
Aguilar Andro “FIL de Minería: apretados, pero satisfechos”, Reforma, 2 Marzo 2014. Impreso
Macotela, Fernando, “Érase una vez en Palacio. La primera feria del libro en México”, ferialibromineriamx, Página web, 25 Febrero 2014, <http://ferialibromineria.mx/xxxvfilpm/index.php/sala-de-prensa/historia-de-la-feria>
Marsiske Renate, “Ecos de la primera Feria del Libro del Palacio de Minería y el proyecto editorial vasconcelista”, Perfiles Educativos |vol. XXXV , núm. 142, 2013 IISUE-UNAM, 188
Prado Núñez, Ricardo, El edificio del real tribunal de Minería, AAPAUNAM Academia, Ciencia y Cultura, p.217-223, mayo 2011, página web, 1 Marzo 2014, <http://www.aapaunam.mx/Revista/REV-A3-Vol3-JulSep/PalaciodeMineria.pdf>
Rábago Cordero, Ana Silvia, “El Palacio de Minería”, Vector de la Ingeniería Civil, no. 39, marzo 2012, p34-38.
Silva-Herzog Marquez, Jesús, “El testimonio de la arquitectura”, Reforma, 17 Feb 2014, Impreso
http://ferialibromineria.mx/xxxvfilpm/
http://www.palaciomineria.unam.mx
[1] Agamben, Giorgio, Flavia Costa, y Edgardo Castro. Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005. Impreso, p.10
[2] Silva-Herzog Marquez, Jesús, “El testimonio de la arquitectura”, Reforma, 17 Feb 2014, Impreso
[3] ¿Qué más que un tiempo y espacio pueden tener en común personajes como Charles de Gaulle, Bill Clinton, Vladimir Putín, el príncipe Carlos de Inglaterra y Dalai Lama? De acuerdo a la página de la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, los susodichos han sido visitantes del Palacio.
[4] El plan de estudios inicial cubría las asignaturas de: Aritmética, Algebra, Geometría Elemental, Trigonometría Plana, Secciones Cónicas; Geometría aplicada a las operaciones de la Minería, Dinámica e Hidrodinámica, Química del reino mineral, Metalurgia, Física Subterránea, dibujo y francés. <http://www.palaciomineria.unam.mx/historia/ocupacion_1811.php>
[5] http://www.conaculta.gob.mx/detalle-nota/?id=10463#.UxlomIWApfI
[6] Aguilar Andro “FIL de Minería: apretados, pero satisfechos”, Reforma, 2 Marzo 2014.
[7] Ver Marsiske y Macotela
[8] Para 1924 habían pasado ya tres años de que Vasconcelos instaurara en su breve paso por la rectoría de la Universidad Nacional de México, el lema vigente ‘Por mi raza hablará el espíritu’. Por lo que quizá desde esa primera feria el motto se hizo presente.